Blogia
inconformes

libertad y demás soledades...

libertad y demás soledades... "¡Libre, oh, libre. Mis ojos seguirán aunque paren mis pies!”, con ese prólogo aquel ciudadano raro relataba la angustia que le producía vivir en un mundo que no le aceptaba y la liberación que le suponía caer al vacío en la muralla de Hondarribia, donde por una vez en su solitaria, introvertida y corta vida, a cada centímetro de aire acortando la distancia hasta la muerte se sentía un poco más comprendido. Quizá sabía que tras su muerte, sus compañeros aunque no le sintiesen como uno más, al menos no le odiarían; que sus profesores se acostarían esa noche pensando que quizá deberían haber luchado por cambiar la situación que precipitante, ven cada día en las aulas, como un reflejo cristalino del camino que lleva nuestra sociedad y que quizá, esa sería la única manera para tener el valor de decirle a sus padres que su hijo, él mismo, era un fracasado social, que nadie le quería, que le escupían, que le pegaban, que le odiaban, que noticia más dolorosa para un padre que saber que su hijo es “rarito”, queramos definir esa palabra como nos de la gana.

Jokin era un niño solitario, tímido, demasiado inteligente, nunca entendió el borreguismo de las “cuadrillas” o “grupos”, nunca fue popular, porque no está de moda leer sino ver programas que exponen vidas ajenas, porque a veces no tenemos el valor de afrontar que las nuestras propias, son diferentes a como las mostramos, ávidos de bailes de máscaras venecianas. Jokin vivía cuando se ocultaba el sol y se cerraban sus ojos de niño y podía soñar que vivía en un mundo donde él tuviese lugar y donde no se odiase y asesinase (remarco esta palabra) a los que son diferentes o simplemente… libres.

Al principio Jokin sólo era un niño solitario, ese era el único castigo impuesto, supongo que muchos recreos los pasaría escondido en los baños o quizá tras una verja que le permitiese mantenerse lejos de la ridiculización y a la vez observar a sus compañeros reírse y jugar. Pronto los lobos encontraron una buena excusa para jugar a lo que juegan los mayores, para sacarle de su soledad y encajarle en el terrible engranaje de nuestra sociedad. Jokin padeció una gastritis que le hacia imposible la contención, una coral que le señalaba y le miraba con mofa y maldad en medio de clase cantaba repetitivamente una pequeña canción de pájaros muertos, mientras, quizá en ese momento Jokin ya había empezado a caer en esa muralla, aunque aún no se hubiese lanzado. Buscaron numerosas excusas más, cantaron, le golpearon, se rieron, le humillaron o simplemente, miraron sin hacer nada al respecto. Todos son culpables, al menos en su propia conciencia.

Los medios de comunicación y los psicólogos lo llaman “bullying”, en castellano la traducción sería algo así como “matonismo”, que forma más fácil y cobarde de acortar un problema…

El pueblo se llamaba Fuenterrabia, hoy su nombre suena más intensamente que nunca en su historia. Por sus calles vagaba un padre gritando: “No es la escuela o institutos, somos nosotros mismos, ¡nos reflejan!, ¿no os dais cuenta?” – decía a los periodistas voraces de rabia, precisamente, pero sordos. La muralla de Hondarribia se ha llenado de velas, flores y mensajes y mi cabeza, al igual que las de mucha gente, de recuerdos terribles. “Estar solos es el primer riesgo de ser libres… Y el riesgo de no ser libres es también estar solos…” – dice Gala en su cementerio de los pájaros, yo digo que no se cual de los dos tipos de soledad es más horrible, pero que sí se cual elijo yo…"

0 comentarios