La banda sonora de las personas
Sinestesia: una asociación anormal de las sensaciones en la que una sensación se asocia a una imagen que pertenece a un órgano sensorial diferente. Un ejemplo sería la audición coloreada, es decir, ver colores cuando se escucha música. Son las 3 de la madrugada, me sorprendo una vez más de lo complejo y relativo del ser humano. Había escuchado hace bastante (en 3º de carrera) hablar de esta anomalía en la integración perceptiva pero nunca me había planteado lo poético de semejante fenómeno: hay gente que, al escuchar una sinfonía o un adagio, su cerebro enfermo crea un cuadro de colores; al igual hay gente que al ver a una persona o un árbol escucha su música. ¿Cual será mi sinfonía?- me pregunto, apasionante ¿no creéis?.
Todo esto me recuerda a una vieja teoría mía, o modo de ver las cosas, que yo llamo psicología de los edificios. Cuando la gente ve un edifico se fija en su arquitectura, en su belleza, en su estilo, en sus materiales o en su grandiosidad, yo me fijo además y sobre todo en su psicología, me explico: un edificio para mí es un libro abierto que nos muestra la psicología de una época, de una generación, de una clase y sobre todo muchas veces, de una persona. Un ejemplo sería El Escorial, un edifico titánico, austero, geométrico y objetivamente feo. Pero para mí es el reflejo cristalino de una mente trastornada, de Felipe II, de un ser atormentado por su megalomanía y por su falsa fe, un lugar donde morir, donde meditar, una poesía arquitectónica de su mente, míralo y conócele. Hay que ir más allá de las apariencias, es la sinestesia de los edificios, ver una personalidad, un hombre donde hay un edificio. Cuando paseo por Madrid no veo estilos, veo gente, veo dolor, veo inquietudes, escucho la música de los edificios y las calles. Cada calle y cada edifico también tiene su banda sonora.
Este blog ataca en muchas ocasiones a ellos, a aquellos que donan su personalidad a la sociedad en pro de la supuesta felicidad. En relación al artículo de Alfonso se me ocurre que quizá en una discoteca la gente pierde su propia sinfonía y es sustituida por el PUM PUM, estoy casi seguro que un sinestésico escucharía silencio si entrara en una, aunque hubiese miles de personas. ¿Que cosa más terrible puede pasarle a una persona que perder su música?, sinceramente me planteo, y creo que debería ser un ejercicio que deberíamos hacer todos los que les criticamos tanto, que quizá ellos son las víctimas y no los verdugos, que las apariencias engañan, que no deberíamos prejuzgar tanto porque es precisamente de eso de lo que nos quejamos, de ser prejuzgados y condenados de antemano por ser diferentes. Otro mundo es posible, sin ellos no lo es.
Otra música es posible, lo siento, creo que hoy estoy demasiado diplomático, pero en este lapsus de diplomacia me planteo que quizá estemos cometiendo el mismo error que cometen ellos. Quizá la solución no comience teniendo banda sonora sino siendo capaz de escuchar la de los demás, aunque suene baja.
Todo esto me recuerda a una vieja teoría mía, o modo de ver las cosas, que yo llamo psicología de los edificios. Cuando la gente ve un edifico se fija en su arquitectura, en su belleza, en su estilo, en sus materiales o en su grandiosidad, yo me fijo además y sobre todo en su psicología, me explico: un edificio para mí es un libro abierto que nos muestra la psicología de una época, de una generación, de una clase y sobre todo muchas veces, de una persona. Un ejemplo sería El Escorial, un edifico titánico, austero, geométrico y objetivamente feo. Pero para mí es el reflejo cristalino de una mente trastornada, de Felipe II, de un ser atormentado por su megalomanía y por su falsa fe, un lugar donde morir, donde meditar, una poesía arquitectónica de su mente, míralo y conócele. Hay que ir más allá de las apariencias, es la sinestesia de los edificios, ver una personalidad, un hombre donde hay un edificio. Cuando paseo por Madrid no veo estilos, veo gente, veo dolor, veo inquietudes, escucho la música de los edificios y las calles. Cada calle y cada edifico también tiene su banda sonora.
Este blog ataca en muchas ocasiones a ellos, a aquellos que donan su personalidad a la sociedad en pro de la supuesta felicidad. En relación al artículo de Alfonso se me ocurre que quizá en una discoteca la gente pierde su propia sinfonía y es sustituida por el PUM PUM, estoy casi seguro que un sinestésico escucharía silencio si entrara en una, aunque hubiese miles de personas. ¿Que cosa más terrible puede pasarle a una persona que perder su música?, sinceramente me planteo, y creo que debería ser un ejercicio que deberíamos hacer todos los que les criticamos tanto, que quizá ellos son las víctimas y no los verdugos, que las apariencias engañan, que no deberíamos prejuzgar tanto porque es precisamente de eso de lo que nos quejamos, de ser prejuzgados y condenados de antemano por ser diferentes. Otro mundo es posible, sin ellos no lo es.
Otra música es posible, lo siento, creo que hoy estoy demasiado diplomático, pero en este lapsus de diplomacia me planteo que quizá estemos cometiendo el mismo error que cometen ellos. Quizá la solución no comience teniendo banda sonora sino siendo capaz de escuchar la de los demás, aunque suene baja.