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inconformes

Naufrago

Le veo aparecer allí arriba, bajando por la escalera mecánica. Enfundado en un riguroso negro que se amolda a su estampa como un guante y que le hace destacar más aún si cabe entre unas quinceañeras coloristas de esas que gustan de enseñar tanga. Que fácil es clasificar de dónde vienes (pienso) con tu polo de marca, cartera en mano y una de esas estúpidas bufandas a cuadros anudada al cuello como dicta el estereotipo que elegiste. Nuestras miradas se cruzan un instante y tan fugazmente como te das cuenta vuelves tu cabeza a otro lado. Es evidente que nunca fui objeto de tu aprecio o a lo mejor tiendes a esquivar a todo aquel que se te cruce. Prefiero atribuirlo a que no nos conocemos lo suficiente. Sin embargo y aunque no lo sepas, eso no impide que sienta cierta lastima por ti o por lo que creo que representas. Seguramente todo esto me convierte en un estúpido prepotente que se cree con derecho a opinar de lo ajeno. Pero tampoco es algo que pueda evitar facilmente.

Deliberadamente te alejas de la masa que espera al siguiente vagón. 5 minutos. Una eternidad cuando no tienes nadie con quien hablar ni nada en que entretenerte. Tu reclusión (voluntaria?) es tan acusada que te falta pasillo para alejarte. Das la espalda al gentío y te atricheras contra la pared. ¿Un mal día? ¿U otro día más?

Sin moverme de mi sitio, te observo y divago. Me pregunto con cuantos cómo tu (como creo que lo eres al menos, repito) me encuentro al día en la universidad. Hay al menos uno por clase supongo, me gustaría que menos. Los puedes ver comiendo solos en una esquina del comedor, sentados en la primera fila en clase o recostados contra una puerta en los descansos. Cuesta fijarse en ellos pues tan leve es su presencia que podría decirse etérea.
Siempre hablan muy bajito para no llamar la atención y nadie nota su ausencia cuando caen enfermos o faltan un día.

Tu no eres tan inocente como imagino, me digo. Ni siquiera creo que seas una víctima. De nuestros pocos encontronazos recuerdo retazos de prepotencia e inaccesibilidad por tu parte (qué común en los de tu carrera...)
¿Desconfianza congénita o extremados mecanismos de autodefensa? No es la mejor manera de hacer amigos en ningún caso, mas nadie debería verse privado de estos.

Recuerdo cuantas veces me he sentido naufragar en un mar de gente. Y todas esas veces me preguntaba si alguien me estaría observando, si había alguien más en mi situación o la soledad acrecentaba en esos momentos su doloroso significado. Un silencioso grito de socorro al que nadie acude.

Pienso en cómo se nos llena la boca hablando de solidaridad y ayuda, y luego no somos capaces de decir "hola" a quien realmente lo necesita. Qué hipócritas me parecen aquellos que anestesian su conciencia a golpe de talonario, alimentando el cerdito hucha de alguna ONG desconocida con la calderilla que les sobra del fin de semana. Sin embargo sus "buenas intenciones" se evaporan cuando al día siguiente se ven incapaces de dedicar una sonrisa al abatido, al compañero.
Quiza no sea tan fácil como parece; cuesta mucho situar en primer plano a alguien desenfocado. Justo en ese momento irrumpe el metro en la estación, y a través de los cascos estalla en mi cabeza el clímax de 3 libras*. You don't, you don't, you don't...see me...

* 3 libras es una canción de A perfect circle, de su disco Mer de Noms.

P.d : Muchas gracías Esti por ayudarme a enfocar este texto!

1 comentario

Marta -

El día que una tabla te salve del mar de gente, no la sueltes hasta que llegues a tierra firme.